Escribe el Prof. Dr. Antonio LAS HERAS
En la Patagonia Argentina, al suroeste de la provincia de Neuquén, se encuentra la península de Quetrihué, a orillas del lago Nahuel Huapi. Al sur de la península encontramos el bosque de arrayanes, único en el mundo, ya que el que existía en Japón fue destruido en el año 1945 con la explosión de la bomba atómica en Nagasaki.
El nombre originario de esta especie, dada por los indígenas, era “quetri”, pero al llegar los conquistadores españoles le otorgaron el nombre de “arrayán”. El arrayán es conocido también como quetri, cuthu o palo colorado, pertenece a la familia de las mirtáceas. Su nombre científico es Myrceugenella apiculata; Myrceugenella es una derivación de Myrceugenia, y apiculata hace alusión al apículo o punta punzante en que termina la hoja.
Este bosque, que abarca aproximadamente 20 hectáreas, pertenece al Parque Nacional Los Arrayanes, creado en el año 1971 bajo la Ley Nacional 19.292 al desprenderse del Parque Nacional Nahuel Huapi, con la finalidad de preservar y proteger esta especie forestal y prevenir cualquier posible alteración o destrucción de la misma.
Toda la región se encuentra constituida por un paisaje único que entrama estos peculiares árboles, los ríos, arroyos y lagos de frías aguas cristalinas, cielos despejados en primavera y verano con la pureza del aire y el siempre verdor de la vegetación a lo que en otoño se suma el colorido de las hojas secándose y a partir de setiembre los más diversas flores.
Una gran extensión de tierras de la Patagonia fue donado por el Perito Francisco Pascasio Moreno el 6 de noviembre de 1903, creándose en el año 1930 el mencionado Parque Nacional Nahuel Huapi. Pero la sección sur de la península de Quetrihué pertenecía a Juan O´Connor, quien en el año 1930 vendió ese lote a la familia Lynch. Cuando ésta tomó conocimiento de que un bosque de Arrayanes se encontraba dentro de su propiedad, comenzaron a efectuar negociaciones con el gobierno nacional, hasta que, finalmente, fue cedido para su incorporación al Parque Nacional en el año 1950.
Este árbol crece en la rivera de los ríos y lagos porque precisa de terrenos muy húmedos para desarrollarse, y lo hace en grupos formando bosques casi puros denominados arrayanales o quitrales. Su crecimiento es muy lento, pero llegan a medir entre ocho y quince metros de alto, con un diámetro en su tronco que puede alcanzar los setenta centímetros.
Es un árbol de follaje persistente. Esto significa que sus hojas no caen en las estaciones de otoño e invierno y se mantienen siempre verdes.
Se caracteriza por el color canela o rojo ladrillo de su lisa corteza que es fría al tacto y deja manchas blancas al desprenderse del tronco. Éste último es muy retorcido y produce múltiples ramificaciones que ofrecen una extraordinaria belleza con sus hojas de un brillante verde oscuro, perennes todo el año. Es el árbol que florece más tarde, ya que lo hace entre los meses de enero y fines de marzo, mientras que sus frutos maduran en otoño. Las demás especies terminan de florecer en diciembre.
Sus flores son blancas, pequeñas, fragantes y poseen la característica de ser hermafroditas. Se presentan en grupos de tres a cinco dispuestas en pedúnculos auxiliares que superan el largo de las hojas. Están formadas por cuatro pétalos carnosos y sus estambres son numerosos y sobresalientes, de color blanco, que rodean al rojizo pistilo.
Sus frutos son bayas más o menos esféricas, carnosas, de color negro-violáceo que miden entre ocho y quince milímetros de diámetro. Habitualmente en su interior tienen entre dos a cuatro semillas, aunque en ocasiones suele haber hasta quince. Los frutos del arrayán son comestibles y poseen acción estimulante y balsámica. También son vulnerarios, lo que quiere decir que sirven para curar heridas y llagas. Los indígenas elaboraban con ellos chicha y dulce y utilizaban las hojas en infusiones para calmar dolores musculares y sanar afecciones intestinales.
El arrayán no sólo se multiplica por medio de sus flores, sino que lo hace también a través de sus ramas caídas, que echan raíces fácilmente y sus yemas producen nuevas ramas que cuando crecen forman matas arbóreas, a veces impenetrables. Esto hace que sea muy difícil que crezcan otras especies por falta de luz y de espacio.
Su madera no es utilizada comercialmente para proteger la conservación de la especie, pero es de buena calidad, semi dura y semi pesada.
Las hojas miden entre uno a tres centímetros de largo. Son verde oscuras en la cara superior y más claras en la inferior, de forma elíptica o aovada terminada en punta y conservan su color inalterable, brindando un espectáculo natural de gran belleza en cualquier época del año. Cuando los arrayanes florecen, tornan el paisaje aún más bello y sorprenden a todos aquellos que visitan el lugar por la majestuosidad de sus figuras. Se calcula que los árboles más antiguos de este bosque tienen más de trescientos años, razón por la cual encontramos algunos que alcanzan los 25 metros de altura.
Es importante destacar que el bosque de arrayanes es una reserva natural de una belleza imponente, que debe ser visitado para conocer y disfrutar, ya que es el único lugar en el que se conserva esta especie en forma pura y que provee al paisaje de la Patagonia Argentina un espectáculo que no puede ser comparado con ningún otro en el mundo.
© de las fotos by Antonio LAS HERAS, 2011. Prohibida la reproducción total o parcial sin previa autorización escrita del autor.