A partir de la antigüedad clásica los pensamientos y los propósitos de buenos augurios, o de condenas, forman parte del arte de la literatura. Marco Aurelio, el emperador filósofo, nos ha dejado consideraciones de carácter ético que encierran bellísimos mensajes poéticos. Más cercano a nuestra época, La Rochefoucauld, agregó a lo mencionado sus consideraciones de carácter psicológico. Los textos del volumen que prologo confirman esa evolución secular y encienden cada composición con el fuego de la emoción, elemento esencial de toda forma poética.

Espiritual y metafísico en sus creencias, viajero perenne e incansable, creo comprender, en estas bellas páginas de mi talentoso amigo Antonio Las Heras, que la meta no es otra cosa que el camino (“caminante no hay camino, se hace camino al andar”, sentenció preciosamente su tocayo el prodigioso Antonio Machado); deduzco, también, que Itaca tampoco es para él no otra cosa que la navegación de Ulises y que el santuario es una larga peregrinación, acaso sin derrotero, aunque el poeta presiente un destino y se sincera enternecido, y enterneciéndonos:

Esta es la piedra de mil rituales.

Y ahora el mío.

Esplendor disperso, infinito, frontera de certezas…

Simple,

Alcanza la plenitud de los saberes.

Comprende la razón de todo lo ocurrido…

Siempre sospeché que nuestros actos sólo se justifican como símbolos de una secreta pasión que creemos conocer, pero flota en el crepúsculo o en la claridad que nos guía en este andar por la vida; y así, el amor religioso nace de pronto como uno de los misterios más hondos y sublimes de nuestra existencia:

Aquel suceso acontecido

me llevó a desear beber tu sangre,

lamer los pies heridos,

apretar con mis manos el Madero

hasta juntar esta sangre con Tu sangre.

Desesperé ser tu esclavo en esta vida

al comprender que allí aguardaba la Armonía

tras verme por tus ojos lacerado

recibiendo la caricia de esa mano…

Hay, en otro poema, una confesión del hombre ante sí mismo que, como intuía Stevenson, es otro y quizá los otros:

Corazón en las entrañas de la viva montaña.

Alguien nace ahora. Un ser nuevo

transpira armonía en cada acto de la vida…

Es evidente que el propósito inicial de estos poemas fue expresar un alegato de vida y perplejidad ante Dios y la naturaleza. Las composiciones, menos épicas que confesionales y ciertamente no elegíacas, nos acercan a la intimidad de un alma sincera y por eso admirable, definitivamente amiga y entrañable.

Me honra escribir estas líneas y a este punto, dejo al lector la tarea de proseguir estos versos estéticamente hermosos y sinceros.