Por Antonio Las Heras

La reciente filmación de una figura fantasmagórica – en apariencia, un bebé – mientras se desplaza dentro del Cementerio de Ezpeleta (Quilmes, provincia de Buenos Aires), ha generado rápida discusión y controversia.

Los parapsicólogos conocemos que este tipo de fenómenos son mucho más frecuentes de lo que parece; lo que ocurre es que – por lo general – quienes resultan testigos de tales presencias fantasmales prefieren mantenerse en silencio por temor a ser considerados enfermos mentales, charlatanes o buscadores de rápida fama. Sucede que, desde hace unos años, se sumó una prueba indiscutible: las fotos y filmaciones hechas desde los teléfonos celulares. Un ser humano puede sugestionarse, sufrir una alucinación o confundirse. A una máquina no le ocurre eso. Son la mejor e irrefutable prueba de que eso que – desde hace siglos – se conoce con la denominación de “fantasma” existe y tiene realidad concreta.

Pero, ¿qué es un fantasma?, ¿qué lo origina?

Tenemos dos respuestas y ambas se entrelazan para explicar estos hechos.

Las investigaciones parapsicológicas permiten afirmar que ciertas apariciones fantasmales son producidas por nosotros mismos; por los humanos. Provocadas de manera inconsciente – es decir, sin desearlo a voluntad – a través de la intervención del factor parapsicológico que hay en cada persona y que es capaz de materializar a una figura en el mundo exterior. Adviértase que, por lo habitual, si bien estas apariciones son antropomorfas – tienen cabeza, tronco, tórax, dos extremidades inferiores y dos superiores – suelen mostrarse como formadas por algo blanquecino cual si fueran algodón. Que, además, no camina afirmándose sobre el suelo, sino que parece flotar muy cerca del piso.

La causa de este tipo de aparición estaría motivada en el deseo inconsciente del humano (o humanos) que lo provoca de tener algún tipo de evidencia de que la persona desencarnada continúa en este plano. Es interesante señalar que las fantasmogénesis son más frecuentes en cementerios y en aquellos

sitios dónde habitó – o falleció – el ser que, ahora, reaparece convertido en fantasma.

Pero también tenemos otra causa para explicar ciertas apariciones fantasmales. Es cuando realmente una entidad desencarnada (alguien que ha muerto) se manifiesta en este plano donde habitamos los humanos. Llegado a este punto, nos apresuramos a señalar que tales entidades nunca – pero nunca, nunca – tienen actitudes agresivas o dañinas hacia quienes se le presentan. ¡Eso sólo ocurre en novelas o películas de ficción!

Cuando una entidad desencarnada se manifiesta en nuestro plano lo hace, siempre, para brindar una ayuda o dar determinada respuesta a aquella persona ante la cual aparece. Y, luego, vuelve a desaparecer tan pronto como había surgido.

En ambos casos, tales manifestaciones son capaces de atravesar puertas sin abrirlas, pasar de una habituación a otra a través de una pared sólida, esfumarse por un techo y asombros similares todos los cuales determinan que se trata de formas de energía no materiales.

Los fantasmas existen. Cuando se trata de aquellos originados por el factor parapsicológico que en cada humano hay, nos permiten demostrar que tenemos capacidades extraordinarias que, por lo habitual, no utilizamos. Cuando se trata de entidades de quienes han muerto, nos permiten asegurar que las personas somos mucho más que el resultado de reacciones físico/químicas. El espíritu –que nos comunica con la Gran Arquitectura Universal – es parte de la condición humana. El alma – que, como enseña Platón, ya existía antes de encarnar – es aquello que trasciende la vida terrestre y nos convierte en parte integrante de la Eternidad.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, parapsicólogo, filósofo y escritor. www.antoniolasheras.com