Por Antonio Las Heras

Unos 25 siglos atrás el Oráculo al dios Apolo Pitias, situado en Delfos, tenía singular e inigualable fama. La denominación original de “Apolo Pitias”, si bien de manera habitual se dice “oráculo a Apolo”, se debe al hecho de que Apolo es considerado vencedor de la lucha con la serpiente Pitón. Incluso el término “pitonisa” para llamar a quien ejerce la adivinación, procede – precisamente – de esa relación en Apolo y Pitón.

Era un verdadero centro de reunión y peregrinaje en pos de averiguar qué tenían las divinidades del Olimpo – y también las que albergaban en otros sitos del orbe – deparado para los simples humanos. Dirigido por un grupo de sacerdotes, el acto mántico (adivinatorio) lo hacían unas muchachas vírgenes llamadas sibilas o pitonisas. Una tradición – nunca comprobada – afirma que estas adivinas tomaban asiento sobre un trípode e inhalando gases tóxicos emanados de las entrañas de la tierra, en un lugar aislado y subterráneo del templo, quedaban en condiciones para manifestar vaticinios realizados mediante palabras extrañas e incomprensibles que eran traducidas, para conocimiento del consultante, por el sacerdote.

El lugar se encuentra a 164 kilómetros de Atenas, está a 700 metros sobre el nivel del mar en una zona rocosa con peligrosos despeñaderos del monte Parnaso. Allí las sibilas vaticinaban el futuro a los poderosos que – cargados de ansiedad – concurrían a consultar el Oráculo a Apolo Pitias, que era el dios principal de este tan famoso santuario.

Al fin, después de tanto tiempo para planificarlo, estábamos dirigiéndonos al Oráculo al dios Apolo en Delfos. Recomendamos a quienes también lo hagan, estar preparados para caminar largos trechos en senderos pedregosos y angostos. Hay espacios para descansar un poco; pero requiere cierto esfuerzo. Por ello es habitual observar turistas sentados en las piedras buscando recuperar aliento. No todos concluyen el recorrido cuyo final no está en el edificio oracular sino en la fuente Castalia, como luego veremos.  

La visita al lugar cargado de sacralidad comienza visitando una pequeña agora. Luego, hay que avanzar subiendo los escalones realizados en la piedra misma que va dando vueltas hasta llegar al sitio clave: el templo al dios Apolo. Cabe señalar que a la vera de la escalera, sobre el lado de la colina, se nota el espacio donde los sacerdotes hacían exhibir notorios regalos dejados por consultantes agradecidos. Esto tenía una razón muy concreta: que quien se dirigía a pedir consulta supiera que esto implicaba hacer donaciones importantes al oráculo. Si. Pedir ayuda a los dioses no era gratuito en modo alguno. De allí que sólo personajes acaudalados pudieran hacerlo.

Mientras se recorren, aparecen los pedestales donde en las épocas de esplendor del lugar hubo estatuas conmemorando triunfos bélicos vaticinados por las sibilas y también objetos demostrativos de la opulencia que fue característica de este santuario.

Era todo un tema conseguir que los sacerdotes accedieran a que el interesado pudiera consultar. Nunca se trató de ir, llegar, preguntar e irse. El tema requería días, a veces semanas. Lo que generó la construcción de hotelería e, inclusive, un área circular de buen tamaño (construido en el siglo IV a. J.) donde se representaban obras teatrales, un estadio con capacidad para 7.000 espectadores e, inclusive, hay datos de la existencia de un hipódromo aunque los arqueólogos aún no hayan podido localizarlo. La razón de todo esto es sencilla de explicar: se trataba de negocios manejados por los sacerdotes de Apolo. Los interesados gastaban su dinero allí hasta el momento en que lograban – si lo conseguían pues no todos eran aceptados por el oráculo – recibir el anhelado vaticinio.

Espacios, de los que aún quedan rastros visibles, por lo que se encuentran a la mirada del turista.

Del templo original solo quedaban los cimientos cuando, en 1890, un grupo de arqueólogos franceses iniciaron los trabajos de reconstrucción. A la vez fueron relevantadas seis columnas – de estilo dóricas – que se destacan especialmente. El estadio (para llegar al cual – no hay otro modo que caminando – se requiere cierto estado atlético) se utilizaba para celebrar los Juegos Píticos, iniciados en el año 582 a. J., que conmemoraban la hazaña de Apolo cuando mató a la serpiente Pitón; la hija de Gea, esto es la Madre Tierra.

Obligado, obvio, visitar el museo que se encuentra al inicio del recorrido. Allí se verán objetos que fueron hallados en las excavaciones hechas en este lugar exclusivamente. Se encuentra el Ombligo de la Tierra (una réplica en piedra de aquella que, según la tradición, arrojaron las águilas en el punto donde esas aves se encontraron por indicación de Zeus para determinar el centro del mundo); el Auriga (uno de los pocos cobres procedentes del siglo V a . J.) y una escultura representando la cabeza de Dionisios. Téngase en cuenta que el siglo VII A. J., el oráculo estaba en pleno esplendor.

Pero una visita a este ámbito no puede concluir sin realizar una caminata hacia donde fluye el agua de la famosa fuente Castalia. Allí la pitonisa debía hacer sus abluciones ingresando por completo a las aguas sin lo cual no le era permitido realizar los vaticinios. Era, también, el lugar donde a cada visitante de aquellos tiempos le era requerido expiar sus culpas. Para ello – y según la magnitud de las mismas – alcanzaba con lavarse la cara o mojarse por completo.  Como suele ocurrir en todos los sitios considerados sagrados o bien habitados por divinidades, a esas aguas se les adjudicaban poderes curativos. Nosotros no descartamos la posibilidad y, sin titubear, realizamos el correspondiente baño ritual. La jornada veraniega, soleada de cielo absolutamente despejado invitaba a hacerlo.  

Según el historiador y filósofo Jenofonte, (431 a. J./ 354 a. J.) Creso (siglo VI a. J.) – último rey de Lidia – preguntó al oráculo sobre cómo podría pasar el resto de su vida siendo feliz. Recibió como respuesta una enseñanza que sigue vigente aún en nuestros días. Dijo la pitonisa: “Si te conoces a ti mismo realizarás la travesía de la vida felizmente.” Conviene tenerlo en cuenta.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo y escritor. e mail: alasheras@hotmail.com