PRÓLOGO

Decir “humanidad pura” es abrir amplios canales de reflexión hacia los hondones del alma. El término “humanidad” abarca una extensa

gama de significados que van desde la población mundial hasta el comportamiento humano mismo. Aristóteles consideraba que constituye la esencia del hombre como animal racional capaz de pensamiento abstracto en tanto que corrientes actuales ponen el acento en que humanidad se define por la capacidad simbólica, esto es forjar el lenguaje, los mitos, las creaciones artísticas e, incluso, las religiosas. En el terreno moral, por su parte.“puro” se define como lo que no está mezclado, lo libre de impurezas, lo correcto y único y se asocia con cualidades positivas como la compasión y el altruismo.

La reunión de los dos términos, “humanidad” y “pura”, adquirió una especial relevancia en la filosofía alemana durante los siglos XVII y XVIII. Kant sostuvo que el hombre es un fin en sí mismo en tanto Krause, sin contradecir esta teoría, .la elevó a un plano trascendente, Conforme a la tradición de las grandes religiones, hubo de afirmar que la humanidad pura es la esencia de la Divinidad en el hombre. Precisamente esa búsqueda de lo divino en el propio interior es lo que alienta en este poemario de Antonio Las Heras,

Las Heras tiene una vasta trayectoria  en el campo de la psicología profunda tanto como en los mundos de la simbología. Quizá por ello inicia su libro con la referencia a ciudades impares cargadas de elementos míticos como Jerusalén o Machu Pichu y parajes de encantos y ceremonias como el santuario de, Erks o el Uritorco, Lugares que refractan en sus poemas como hitos de su peregrinaje espiritual. A poco andar, esas múltiples solicitaciones se corporizan en una figura divina: Jesucristo,

Como Goethe, ve en el Cristo crucificado el epítome de la pura humanidad, Surge entonces el amor único, el que lo hace exclamar “deseo tu lugar / como la sangre de la Eternidad”. A sus pies, “entregado”, exclama que ansía apretar con sus manos “el Madero / hasta juntar esta sangre con mi sangre”  y así convertirse en un ser nuevo y alimentarse “de espiritualidad fecunda”

Como en todo recorrido místico, hay dudas y retrocesos, soledad, heridas y vacilaciones pero el amor a lo divino borra los opuestos, en un abrazo a todo lo viviente, en la ”certeza de una carne transfigurada” Sin embargo, el verbo es elusivo para transmitir ese vértigo poderoso e invasor, El poeta encuentra que hay “silencio y vacío en las palabras”. El lenguaje, cargado de tiempo, se vuelve impotente ante una epifanía.

La mirada desciende de lo divino a lo inmediato, a la circunstancia de estar en el mundo El autor se enfrenta entonces con las congojas del ánimo: “Me duelen heridas abiertas en la mente  / Me duele / la sangre caída de esperanzas”. Y. junto con esta desazón, descubre la oscuridad que anida en su interior: “Puedo ser el monstruo del barón Frankestein”, “puedo ser sombra en la calle de otoño”, sintetiza en una bella imagen. Y en ese transitar terrenal, el vértice acaba señalando hacia el amor corpóreo.

Misterio, placer, deslumbramiento, la pasión encuentra en el poeta reverberaciones múltiples, Amor intenso que puede transformarse en la unión más acabada o bordear el olvido del desdén.

Platón emplea la palabra agalma para referirse al objeto amado, El sentido de agalma en griego es tanto una imagen como una ofrenda a los dioses, un tesoro, algo que deleita. Vale decir, el, ser amado suma a sus cualidades objetivas las proyecciones que nacen del amante. La persona amada esentonces, la figura que delimita el horizonte del deseo pero también aquello que representa al amante. Si el sentimiento es muy fuerte, si estalla el amor-pasión, la fusión de ambos constituye una aceptación integral, una simbiosis que borra las fronteras de sexo y género, un “elella” que es vislumbre de la armonía universal, donde cada parte es el todo y todo está en cada una de las partes. Una culminación que significa, por añadidura, una vía de conocimiento.

El tiempo “huye, irrecuperable” y los días se van desgajando en la impronta de la nostalgia. Las Heras no es indiferente a la vuelta de los solsticios y equinoccios. Sin perder su mirada amorosa, va trazando un balance de dolores y esperanzas donde la introspección corre parejas con el respeto y la admiración por quienes lo acompañaron, o siguen acompañando, en el camino de la vida. El eclipse de lo existente la muerte que a todos alcanza se despliega extensamente en Humanidad pura.

No obstante, el pasado, que es fuente de inspirada nutrición, le  fija también  férreos límites morales, aquellos que le darán la fuerza para proseguir la búsqueda de la verdad fundamental

Las palabras constituyen siempre una selva que dice y oculta, que revela a quien tas articula tanto como a quien las escucha, La complejidad del proceso de entrelazamiento de sentidos aumenta exponencialmente si los vocablos conforman un hecho poético. En la obra de Antonio Las Heras, la ecuación verbal no solo genera un mundo propio sino que instala a quien lo recibe en la esquiva espiral de la sabiduría. Entre los mágicos intersticios del decir y el callar, cada lector podrá encontrar las brillantes reverberaciones de la verdadera luz