Escribe el Prof. Dr. Antonio LAS HERAS

Cuando se ha recorrido Rapa Nui (nombre pascuense de la isla) al detalle, como lo hemos hecho nosotros, sólo cabe el asombro y los interrogantes nunca respondidos.

¿Cómo es posible que una serie de paredes de piedras se hayan construido siguiendo el mismo modelo que las del Imperio Incaico?

¿Cómo es posible que en la espalda de los moais (estatuas talladas en piedra volcánica porosa) colocados en la playa de Anakena lleven el Ank, la llave de la vida de la diosa egipcia Isis. Y, para hacer aún mayor el misterio, que el lugar se conozca desde los tiempos de la colonización europea como “Anakena”; palabra que suena demasiado parecida a una derivación de Ank.

Aunque los visitantes actuales no lo vean, nosotros sí constatamos dos décadas atrás – en nuestra primera visita – que en el museo de la isla había un cráneo luciendo la letra griega phi dibujada a la altura del entrecejo; esto es del chakra del tercer ojo. ¿Por qué ese dibujo situado en esa zona del cráneo y de dónde surge una letra griega? Hoy el cráneo parece inhallable.

Las “tablillas parlantes” (“rongo rongo”), que las había por cientos, sobre todo en madera, fueron quemadas por los primeros clérigos radicados en Rapa Nui atribuyéndoles condiciones demoníacas. En verdad se trata de una escritura desconocida, aún indescifrable. Apenas se salvaron una media docena esparcidas por el mundo. ¿De dónde proviene tal escritura ideográfica y qué relata?

A más, el subsuelo está recorrido por túneles algunos inexplorados. También cavernas, algunas como la “de las Vírgenes” que fueron utilizadas para rituales iniciáticos femeninos, cuyas paredes lucen petroglifos de notable calidad artística.

Cuando James Cook visitó la isla en 1774 describió a los nativos como personas «bajas de estatura, delgadas, temerosas y de cara apergaminada». Encontró restos de antiguas construcciones, de caminos antiguamente pavimentados, de antiguas instalaciones portuarias y de numerosas aldeas con construcciones sólidas de piedra. Tuvo la impresión de que alguna terrible catástrofe había tenido que afectar a la isla. Las expediciones que han sido emprendidas recientemente, han confirmado esta impresión. En el cráter del volcán apagado Rano Raraku se ha descubierto el taller de picapedrero en el que se confeccionaban las gigantescas cabezas. Por los alrededores había aún 150 figuras en todas la fases de producción, desde las más pequeñas hasta gigantes de 23 metros de longitud, algunas de las cuales se encontraban todavía sobre los cilindros de piedra en los que eran transportadas, mientras otras se encontraban abandonadas en el camino hacia su lugar de colocación, y otras todavía en estado bruto, unidas aún a rocas volcánicas de l que debían ser sacadas más tarde en un solo bloque. Junto a las figuras se encontraban los instrumentos utilizados por los canteros.

La cultura original de la isla de Pascua encontró un fin repentino hacia el año 1100 d. J. ¿Por qué? No lo sabemos. Desaparecieron los adoradores del Sol. Se derrumbaron sus templos y lugares de culto. Aparecieron las gigantescas estatuas de piedra, que probablemente servían para venerar a estos antepasados, creadas por los «orejas largas», los habitantes de la isla, que se alargaban artificialmente los lóbulos de las orejas por medio de grandes discos. Apareció el culto a un ave humana, caracterizado por figuras humanas acuchilladas con cabeza de ave y picos largos y curvados. Estas figuras se encuentran desparramadas por todo el pico de la montaña y a menudo cubren los contornos de los símbolos del Sol, más antiguos.

Las estatuas de los antepasados fueron colocadas sobre terrazas funerarias especiales, los ‘ahus’. Los altares ya no se dirigían hacia el Sol. Los gigantescos rostros de piedra ya no miraban hacia el mar, sino hacia el interior de la isla, por encima del lugar de culto. La cabeza plana estaba coronada por copete de piedra roja, similar a un cilindro enorme. Se esculpían los ojos solamente cuando los gigantes eran colocados en los ‘ahus’. Su mirada silenciosa, pétrea y altiva se dirigía por encima de la isla. Y aquellos que permanecieron en el suelo, inacabados, son ciegos. El trabajo que se estaba realizando en ellos había terminado casi repentinamente. ¿Por qué? El desorden en el taller de picapedreros y las estatuas inacabadas diseminadas por toda la isla dan la impresión de que los obreros tuvieron que interrumpir su trabajo de repente.

¿Sobrevino una catástrofe volcánica? No se sabe, ni se puede demostrar nada sobre este punto. ¿Son correctas las narraciones de los nativos, según las cuales hubo una sangrienta guerra civil? ¿Es cierto que los «orejas cortas» que llegaron de occidente hacia el año 1500 d. J. al mundo de Tuu-ko-ihu aceptaron al principio la cultura y la religión de los «orejas largas», rebelándose después, hacia el año 1680, y destruyéndolos finalmente? Únicamente sobrevivió un solo «orejas largas», Ororoina, que fue perdonado para que no se extinguiera su raza.

Sus descendientes, de pelo rojo, piel clara y aspecto europeo, se precian de sus antepasados las estatuas con copete de piedra roja, mirada penetrante y ceñuda y labios finos. «La tradición nos informa que los primeros que llegaron a la isla tenían el pelo rojo y la piel blanca. En los dibujos de los incas del Perú existen caras de seres humanos de piel blanca, pelo rojo y orejas largas, que fueron constructores de gigantescas estatuas de piedra, y que desaparecieron hace mucho tiempo en el Pacífico navegando en sus botes de juncos a la caída del Sol» (Heyerdahl).

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