alquimia

La esencia alquímica puede definirse con una frase de El Zohar: “El oro supremo es el que brilla y reluce en los ojos… y quien se une a él, cuando viene al mundo inferior, lo esconde dentro de si, y por eso, también es el oro escondido; el oro de la tierra es el oro inferior y es más fácil de percibir…”  Al respecto bien recuerda Carl G. Jung que ya los mismos maestros de la Alquimia aclaraban que el oro alquímico no es el oro vulgar.

El origen de la palabra Alquimia es incierto. Usualmente se afirma que proviene de la expresión árabe “al kimiya” o “al khimiya” o bien que estaría formada del artículo “al” y de la palabra griega “khumeia”, que significa “echar juntos” o “verter juntos” lo que también se puede traducir como “alear” de donde nos llega a la actualidad el concepto de “aleatorio” (de khumatos, “lo que se vierte”, “lingote”).

Pero ocurre que también podría originarse en el término egipcio “keme”, que se traduce como “tierra negra”. Plutarco apunta: “En Egipto, cuya tierra es negra en extremo, ellos – los egipcios – la llaman ‘chemia’”. (De paso, señalemos que de “chemia” a “química” hay un paso…)

La tierra negra puede referirse igualmente a la evocación del “Caos” de donde surge el “Kosmos” (el “orden universal”) surgido de la “Creación”. También puede hacer referencia – en lenguaje esotérico – al “deslumbramiento enceguecedor” que provoca reconocer al Alma su limitación y sacrificio al comenzar a actuar dentro de la materia de la persona humana. (Recordar que Platón sostenía que el alma está encerrada en el “fardo de carne”.)

Hoy por hoy, ya en pleno siglo XXI, el medio científico materialista define, despectivamente, a la Alquimia como “el arte quimérico de la transmutación de los metales” agregando que ésta se ocupó en vano en descubrir la “Piedra Filosofal” para obtener oro desde la inmundicia y dar con el “Elixir de la Larga Vida”, aunque admite que haya sido un rudimento y base de la química actual.

Esta pobre definición es el resultado de no haber captado el verdadero propósito de la Alquimia, que es el de la transformación espiritual del alquimista a través de los rituales de transmutación de elementos externos. (Principio sostenido en la más rancia Tradición Hermética; “lo que es arriba es como lo que es abajo, lo que es afuera es como lo que está dentro”…)  Lo referente al proceso metalúrgico fue sólo una simbolización de orden práctico, referencias externas para el verdadero tesoro precioso perseguido: la obtención de un proceso interno de transmutación; el logro del máximo desarrollo espiritual posible tal que pusiera al ser humano en completa armonía con el Creador.

Es cierto que la Alquimia puede ser considerada como la precursora de la Química moderna antes de que fuera formulado  lo que se conoce como “método científico”. Obviamente aparatos como el alambique y técnicas como la destilación, fueron hallazgos de los alquimistas hasta que se convirtieron en algo de uso cotidiano. También está en su haber el hallazgo de nuevas sustancias como el aceite de vitriolo (ácido sulfúrico), el agua regia, el agua fuerte (ácido nítrico), el amoníaco, entre otras. Pero, claro, la realidad es que la Química moderna lo que toma de la Alquimia son, apenas, aquellos conocimientos que escaparon del secreto; es decir, lo poco que fue accesible al mundo profano.

El alquimista perseguía tres metas fundamentales. La primera era la búsqueda de la “Piedra Filosofal” en presencia de la cual todos los metales podían ser transmutados en oro. En segundo lugar el descubrimiento de la “Panacea Universal” o “Elixir de la Larga Vida” que permitiría curar todas las enfermedades prolongando la vida indefinidamente al evitar la corrupción de la materia. Por último, la concreción de la “Gran Obra” cuyo objetivo era provocar en el alquimista mismo un estado superior de existencia poniéndolo en una situación privilegiada frente al Universo por haber obtenido su consciencia el conocimiento de las leyes universales y haber logrado la amplificación absoluta de su espiritualidad.

Los adeptos a la Alquimia establecen un paralelismo entre el proceso de transmutación y la transformación del operador así como sus operaciones alquímicas. Las fases repercuten en el alquimista ya que pasa por ellas en el orden interno hasta llegar, en última instancia, a convertirse en el andrógino alquímico, en el andrógino divino, en una estado de divinidad.

Cuando el alquimista culmina las fases y operaciones alquímicas queda convertido en un Adepto puesto que se ha transformado uniéndose a Dios y teniendo la chispa de la divinidad activa y plena en sí mismo.

Angelicus Silesius afirma: “El plomo se cambia en oro. El azar se disipa cuando, con Dios, soy cambiado por Dios en Dios”.

Siendo que la Alquimia puede definirse como “el arte de las transformaciones del alma” hemos de decir, también, que precisamente esto es lo que los alquimistas llamaron la “Gran Obra”.

En la Alquimia occidental, los elementos de la Gran Obra, en principio, son tres: el azufre, el mercurio y la sal. La sal simboliza el cuerpo físico, el azufre el alma y el mercurio el espíritu. El mercurio, además, simboliza lo fluido, dinámico, femenino, dual. El azufre también simboliza lo fijo, estable y masculino. La sal es el moderador y estabilizador de ambas tendencias.

El atanor, como horno de fusión, simboliza al cuerpo mismo del operador, mientras que el crisol hace las veces de embrión.

Cuando se completan las fases y operaciones alquímicas, surge la “Sal de los Filósofos” que aparece como unión de los opuestos siendo entonces cuando el alquimista queda convertido en Adepto, al transformarse en el “andrógino alquímico”, que es el producto de esa unión.

Para el alquimista no había ninguna razón para separar la dimensión material de la interpretativa, simbólica o filosófica. Tal como sucedía desde los tiempos pitagóricos, o aún antes, en las escuelas esotéricas egipcias, la idea de una física desprovista de contenidos metafísicos era impensable por considerársela parcial e incompleta. (Ver mi “Alquimia. Historia, rituales y fórmulas”, Colección Anima Mundi, Editorial Albatros, 2006)  Lo mismo se entendía que toda metafísica debía incluir una manifestación física. Es por esto que los procesos y símbolos alquímicos tuvieron tanto un significado interno referido al desarrollo espiritual del maestro alquimista como un significado material conectado a la transformación física de la materia. (Esbozos de esta última fase es lo que utiliza la moderna Química como sustento para su conformación.)

La transmutación de los metales básicos en oro simbolizaba un esfuerzo hacia la perfección o las mayores alturas de la propia existencia del alquimista. Existía la convicción de que todo el universo tendía a un estado de perfección, y el oro, debido a su inmunidad a la descomposición, se consideraba la más perfecta de las sustancias. Intentando transmutar metales básicos en oro, los alquimistas estaban intentando ayudar al universo a realizar su obra. Una simple deducción había llevado a pensar desde muy antiguo que una vez logrado develar el secreto de la inmutabilidad del oro tal conocimiento proporcionaría la clave para prevenir tanto las enfermedades como la decadencia orgánica.

Precisamente algo que la tecnología y la ciencia del Siglo XXI están, nuevamente, entreviendo.

Por ANTONIO LAS HERAS