L A S A L A M A N C A
Por Antonio LAS HERAS
Una de las 14 pinturas del reconocido artista Francisco de Goya y Lucientes denominada “Macho Cabrío” perteneciente a la obra “Pinturas Negras” representa con gran claridad costumbres y creencias regionales las cuales se dan, generalmente, en las afueras de la ciudad. Esta marginalidad evoca un espacio que, al mismo tiempo que representa un espectro cultural específico, conlleva fuertes estructuras de pensamiento que nos muestran cómo es posible identificarnos con imágenes o ideas que definen ciertamente las características de una comunidad.
Si bien esta serie de obras hacen mención a una ruptura de la ideología religiosa del momento denunciando un sistema eclesial que esconde en su propio seno al mismo demonio, podríamos entender que cada época ha podido y puede crear sus propios mitos representándolos con elementos que son tomados del contexto.
La religión se encuentra muchas veces entretejida con creencias constituidas sobre realidades cotidianas que adquieren un sentido sagrado. Esta religiosidad popular ha cobrado fuerza en los pueblos del interior y a veces ha llegado a extenderse a las ciudades. No es casual llegar a un pueblo o pasar algunas vacaciones en ellos para dar cuenta de los comentarios e historias que surgen en las oscuras noches iluminadas por algunas luces tenues en las calles sin asfaltar todavía.
El marco de referencia en el que se construyen historias y mitos tiene que ver con el contacto directo que se produce con el ambiente variado respecto a lugares y fenómenos naturales por ejemplo. Aquí sin duda también hacemos mención a los tiempos y a las distancias que son diferentes a la de las grandes capitales.
La permanente concentración urbana es la causante de la pérdida de percepciones comunes que son propias del ambiente natural. Las distintas etapas en las que transcurre el día no se encuentran caracterizadas ni totalmente identificadas. El individuo de la ciudad pasa desapercibido el cambio que transcurre por ejemplo del mediodía a la siesta y más aún del atardecer al anochecer.
En los pueblos, cuando el Sol desciende hacia la línea del horizonte, es señal ineludible que marca la finalización del trabajo diario y no así en las ciudades cuya marca la define el reloj. No significa esto que el reloj no es utilizado en las provincias, sino simplemente que no adquiere la jerarquía suprema que sí tiene en otros lugares.
Sin embargo existen puntos comunes entre ambos sitios, ese punto común lo delimita la formación en la que estamos inmersos por nuestra cultura occidental.
El Bien y el Mal, lo sagrado y lo profano son conceptos muy enraizados en nuestra historia comunitaria, tal vez adquieran mayor fuerza en determinados lugares que se hallan al mismo tiempo caracterizados por diferentes costumbres. Pueden tomar distintos significantes, pero sus definiciones son parecidas y todos saben – por ejemplo – el significado que adquiere el demonio independientemente de la forma o nombre con que se llega a reconocerlo, es similar para cualquier cultura.
También es sabido que cada época ha creado estereotipos de personajes muy relacionadas sus tradiciones y es posible así recordar antiguas leyendas que relatan la aparición de mujeres brujas montadas sobre escobas, vestidas de negro, con polleras largas que caracterizaban muy bien un contexto sociocultural diferente al que se vive hoy, en el que las escobas ya casi ni se usan.
Estos cambios hablan sin duda de la especificidad cultural y de sus posibles variantes que nos introducen a creencias y representaciones particulares en las que hemos de adentrarnos.
Tal es el caso de la tan reconocida “Salamanca” cuyo nombre se le ha dado a una especie de cueva que se encuentra al pie de los cerros, con una profundidad que resguarda cultura e identidad.
Todas las costumbres toman la forma de propiedad para quienes las practican, no es ajena a su estilo de vida y ni siquiera a su vivencia personal. Ha sido instaurada y concebida como función necesaria que adquiere mayor poder cuanto más se extiende su práctica.
Por eso el reconocimiento más allá de una mayor o menor creencia que la sostenga por parte de una comunidad, es el sello que permite una unión de los pueblos. Una novela inglesa que lleva por título “La noche de las sandías”, relata la historia de una comunidad negra que ha debido unirse en una noche de profundos conflictos internos, en las que veían desaparecer la unidad e identificación interna como comunidad, más allá de la discriminación externa que desde ya padecían. Esa noche han hecho visible una costumbre típica que es la reunión en la que todos han decidido compartir la misma comida: la sandía. Saben que el elemento que han elegido es el objeto que en esa ocasión los ha unido.
La Salamanca hace referencia a un socavón o hueco que se encuentra ubicada en las afueras del pueblo. En algunos casos se describe – directamente – una caverna. La tradición oral expresa que a la Salamanca acuden aquellas personas que han hecho pacto con el diablo, en su mayoría mujeres. O bien, quienes persiguen concretar dicho pacto. Allí presentes organizan sus celebraciones en torno al demonio personificado en el “Macho Cabrío”; esto es una cabra de rasgos antropomorfos y actitudes humanas. En esta fiesta comen y beben, bailan y cantan hasta el amanecer.
Sólo pueden ingresar quienes deseen pactar con el demonio. Los que deban – obligadamente – pasar frente a este sitio y no quieran sufrir la tentación – al fin y al cabo el Mal siempre es seductor – deben llevar un rosario en la mano derecha o rezar con mucha fe.
La leyenda de la Salamanca es conocida en la Argentina, sobre todo en las provincias del noroeste: Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, La Rioja pero se extiende con menor difusión a otras. La figura central es el “demonio”, sus ruidosas y escalofriantes reuniones, gritos y cantos casi incomprensibles por quienes han pasado por el lugar son el testimonio de muchos hombres, niños y mujeres que dicen haberlas oído.
Generalmente el fenómeno ocurre durante la siesta y es preciso aclarar que en el interior de nuestro país este momento del día posee un valor destacado por ser tiempo de descanso posterior al trabajo para retornar a él con mayor disposición.
La mayoría de los hombres que trabajan en tareas rurales regresan a la hora del almuerzo a sus casas, el calor durante los intensos veranos es otro de los motivos que provocan este momento de inactividad que suele durar de dos a tres horas aproximadamente.
Quienes hemos visitado las distintas provincias somos testigos concretos de la breve desolación y vacío que adquiere el lugar después del mediodía. Este hecho ha dado lugar a muchas de las leyendas que refieren a apariciones, ruidos extraños o fenómenos que suelen darse en la siesta o al atardecer.
También se adjudica esta celebración al diablo y a sus pequeños hijos quienes también danzan con movimientos de gran elasticidad cuya celebración culmina con silbidos que se expanden de manera aguda hasta el fondo de la cueva, en donde parecieran habitar o al menos pasar largas horas.
Estos lugares son considerados como sitios a los que debe evitarse pasar de cualquier manera.
De todas formas podemos llegar a entender que es más fuerte el sentido que adquiere a través de la creación de una temible e inexplicable historia, que tal vez la simple razón que puede atribuírsele a los ruidos producidos por causas naturales, sean por medio del viento, animales que habiten la cueva y muchos otros más.
Cabe preguntarnos el por qué de la elección de una premisa sobre otra, tal vez porque la tradición respecto a temas como la existencia de brujas – que se remonta ya desde la Edad Media – ha sido arrastrada para seguir dando lugar al poder y al orden social.
Sin embargo en todas las leyendas se encuentra presente la creencia en la religión tradicional, muchos de los recursos que la gente utiliza para liberarse o bien protegerse de las apariciones están vinculados a una creencia que sí comparte la mayoría: la religión cristiana.
Aquí podemos observar algo curioso: esta forma de transmisión de leyendas que han llegado desde hace buen tiempo, persisten en los pueblos del interior y no así en las ciudades. ¿Será ocasionada esta ruptura que se produce en las urbes, por la falta de comunicación existente?. No es el tema que nos ocupa, pero, viene al caso porque evidentemente la oralidad es el recurso que aún es tomado para que leyendas como la de la Salamanca permanezca hasta nuestros días.
La difusión de la Salamanca es considerada como parte de la historia popular de los pueblos así como ocurre con otras leyendas: la aparición de mujeres o animales con forma humana cuando se regresa muy tarde o al amanecer y la luz mala. Pero, claro, recordemos que toda leyenda se inicia a partir de un hecho histórico de existencia real. Así, hay estudiosos que sostienen que la Salamanca es producto del temor que – desde antiguo – provocó en los lugareños cierto tipo de sonidos que surgen cuando el viento se filtra entre las rocas. Sonidos que remedan gritos, aullidos, movimientos de cadenas. Otros, en cambio, afirman que la Salamanca existe. Se trata de un lugar oculto de reunión de quienes adoran a las fuerzas del Mal e invocan al Maligno ofreciéndole su alma a cambio de conseguir un amor imposible, destruir a un enemigo o conseguir riquezas materiales. En especial aumentar el número de animales con que cuenta la familia y que son imprescindibles para la subsistencia.
El universo que llega a crearse a causa de estas situaciones que relatan los habitantes, dan sentido a una cultura que puede sostener sus tópicos más allá de la cantidad de adeptos que posean. Algunos más crédulos que otros, pero todos son conscientes de los muchas historias que forman parte de la tradición oral y que toman forma a través de los distintos rincones en los que podemos encontrar el eco de la cultura y sus huellas.
De nuestras conversaciones con los más ancianos y memoriosos hemos aprendido que “pactar en la Salamanca” puede otorgar dones terrenales muy preciados. En Santiago del Estero, por ejemplo, se menciona a un bailarín cuyas proezas en la danza jamás fueron igualadas y se le atribuye ese capacidad a haber sido uno de los que contaba con la protección del “pacto”. En La Rioja recogimos el recuerdo de un cantante cuya voz hacía el deleite de todos siendo inimitable y ello igualmente era atribuido a su relación con una Salamanca cercana.