Por Antonio Las Heras

En el convento capuchino de Santa María de las Gracias, en San Giovanni Rotondo (Italia), descansan los restos de quien en vida fuera conocido como “el milagroso” Padre Pío de Pietralcina, quien desencarnó el 23 de septiembre de 1968. Había nacido el 25 de mayo de 1887.  Fue santificado y convertido en “San Pío de Pietralcina” por el Papa Juan Pablo II durante una ceremonia que fue seguida, presencialmente, en la Plaza de San Pedro, por unas 250.000 personas, el 15 de junio de 2002

¿Quién fue este sacerdote venerado hoy por millones de personas en todos los continentes? Para algunos se trata de un hombre al que Dios le concedió el poder del milagro. Otros pensamos que nos hallamos frente a uno de los mayores paragnostas del Siglo Veinte. El Padre Pío fue, a nuestro juicio, un ser que, merced a sus continuos estados de éxtasis místico, consiguió activar esas áreas no físicas que todos los humanos poseemos pero que, generalmente, permanecen adormecidas. Es así que el Padre Pío no sólo mostraba en sus manos los estigmas sangrantes, sino – además – alguien con capacidad para realizar bilocaciones, efectuar clarividencias y decir precogniciones, a más de ejercer curaciones psíquicas. 

Los estigmas son heridas y llagas sangrantes, muy dolorosas, que aparecen en hombres y mujeres precisamente en los lugares donde – popularmente – se considera que Jesús fue herido durante su martirio y crucifixión. En la actualidad la Medicina conoce que estas llagas son producto psicosomático. Es decir, acción del psiquismo sobre el cuerpo del creyente. Pero ya en 1595 el célebre Giordano Bruno había expresado tal convencimiento diciendo: “Sabemos bien que algunas personas van tan lejos de sus convicciones religiosas que llegan al punto de hacer aparecer en su propio cuerpo las llagas de la divinidad crucificada, cuya imagen estaba grabada en su espíritu, debido al poder de su ardiente imaginación”. En el caso del Padre Pío su fe era tan grande e intensa que su cuerpo mantuvo, por medio siglo – desde los primeros días de juventud y hasta su muerte -, las cinco heridas más importantes de Jesús. En ambas manos, en los pies y en un costado del tronco. Éstas sangraron copiosamente, a veces más, otras menos, sin mostrar nunca signos de infección o cicatrización. Si bien se estima que en la primera mitad del Siglo Veinte cincuenta casos de estigmatización fueron comprobados, el caso del Padre Pío es – seguramente – el de mayor duración y cantidad. 

La estigmatización no es un hecho parapsicológico, sino – como queda dicho – psicosomático. Pero en la vida del Padre Pío, hay abundantes acontecimientos – comprobados – sobre sus facultades extrasensoriales y psikinéticas. 

Un ejemplo de clarividencia: En una noche de enero de 1936 el Padre Pío oraba junto con otras personas. “Oren conmigo, por favor – les dijo -, ya que pronto un alma se hará presente ante el Tribunal de Dios”. Después de la oración, el Padre Pío expresó que Jorge V, rey de Inglaterra, acababa de morir. Tiempo más tarde se comprobó que la muerte del monarca tuvo lugar cuando el grupo estaba rezando, a miles de kilómetros de distancia del lecho de agonía. 

Un caso de bilocación y precognición: Monseñor Damiani, de Salto, Uruguay, visitó al Padre Pío y quedó tan anonadado por su piedad que deseaba morir en su presencia. El Padre Pío le dijo que esto no era posible, ya que Damiani moriría en su tierra natal, pero que NO debía temer. La precognición se cumplió. Damiani murió en 1942. Pero, durante la agonía, afirmó haber recibido la visita del estigmatizado. Esto podría considerarse una alucinación propia del estado de Damiani si no fuera porque algunos sacerdotes que estaban próximos también observaron su presencia. 

Otra bilocación: Durante la Primera Guerra Mundial, el General Cadorna, jefe del Estado Mayor de Italia, después de sufrir una derrota se encontraba a punto de suicidarse. Entonces se le apareció un monje joven diciendo: “¡No sea estúpido!”. El militar cuando salió de su asombro, buscó hablar con el fraile, pero éste desapareció súbitamente esfumándose en el aire. Al  finalizar la guerra, el general, en ropas de civil, fue uno de los tantos visitantes de la iglesia de San Giovanni Rotondo, donde estaba el Padre Pío. Éste se le acercó y dijo en voz baja: “Tuvo mucha suerte, amigo mío”. Allí Cadorna lo reconoció como el monje que había hablado cuando estaba a punto de suicidarse.  

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, parapsicólogo, filósofo y escritor. e mail: alasheras@hotmail.com