Es el año 1831 y en la ciudad de Pergamino (provincia de Buenos Aires) la familia Sierra ha decidido instalarse en una estancia conocida como El Porvenir. En este sitio ubicado en medio de los llanos pampeanos Pancho Sierra transcurrirá su vida como hacendado en su juventud y como el Gaucho de Dios desde su madurez hasta los últimos días en que viviera. El primer año de vida ha sido el símbolo de un destino que intentó mostrarle apenas un pequeño pasaje de lo que acontecería mucho tiempo después. Sus padres Don Francisco Sierra y Doña Raimunda Ulloa habrán de enfrentarse a una compleja enfermedad que hundirá a Francisco Sierra en una fiebre intensa, declarándolo desahuciado por parte de los más importantes médicos de la ciudad de Buenos Aires. Es el año 1832 y la enfermedad es el primer paso que pone a Pancho Sierra frente a una historia muy particular, porque pese a la incertidumbre del dolor, la vida del Gaucho de Dios será el milagro de los miles de fieles que acudirán hora tras hora para recibir sus curaciones. Por ello, una noche en que su madre cuidaba de él, entre el cansancio y la desesperación, el sueño agotó sus fuerzas. La noche era ventosa y una fuerte lluvia amenazaba a los llanos. Su madre solía rezar frente a una cruz que pendía por encima de la cabecera de la cuna de Francisco y entre los brazos del Cristo, una pequeña rama de olivo. Cuando el viento abrió las ventanas, la rama de olivo cayó en la frente del niño y al ver esto su madre corrió en busca de su esposo, porque supo desde aquel entonces que Francisco Sierra sabría recorrer los llanos como el santo bonaerense.
Desde aquel entonces los años empezaron a correr para transformarlo en un joven capaz de desenvolverse en los negocios que heredó de su padres una vez fallecidos. Durante su juventud pasó la mayor parte de sus años compartiendo la hacienda con dos tías y viajando de vez en cuando a Buenos Aires por los negocios de la hacienda.
En aquel entonces una joven criada de nombre Nemesia llegó a la estancia por trabajo. Francisco Sierra no conoció otro amor más que aquel que pudo compartir brevemente con Nemesia. Sin embargo, el dolor lo colocó una vez más frente a la soledad. Sus tías percibieron aquella relación a la que consideraron imposible y, estando ausente Francisco, enviaron a la joven a un pueblo en la provincia de Córdoba. Al regresar Francisco Sierra a su estancia sólo pudo hallar el silencio de aquellas mujeres que le ocultaron la verdad. Pese a ello una humilde mujer relató a Francisco lo sucedido y este salió en busca de Nemesia. El viaje duró algunos días y el cansancio hizo que Sierra se detuviera en una paraje – paraje de Arbol Solo – en las cercanías del río Luján. La noche se mostraba demasiado clara y Francisco no podía dormir pensando en el destino de aquel amor imposible.
Caminando cerca de la tranquera de aquel paraje, Sierra alcanzó a ver a un hombre anciano, barbas y cabello blanco que caminaba sosteniéndose de un bastón. Al acercarse el anciano y como si hubiese sido una visión el misterioso hombre le anunció: (…)”Hijo, vas a un largo viaje, y con mucha esperanza, pero lo que tú buscas ya no te pertenece pues pertenece a Dios, que es quien nos gobierna, y El tiene para ti destinado algo muy grande y tú ya conociste muy de cerca el dolor pero un último dolor tendrás que pasar para comenzar luego, cuando Dios lo disponga, la maravillosa obra que te tiene preparada. Con este anuncio entendió Sierra que a quien amaba ya no podría ver porque su vida se había terminado. Nemesia lo había esperado y entre tanta tristeza murió días antes que llegara Francisco. Sin embargo, la maravillosa obra tendría lugar un tiempo después: el Gaucho de Dios, el Doctor del Agua Fría, serán algunos de los nombres con los que sus fieles lo reconocerán en vida y aún después de su muerte.
Al regresar a su estancia comenzó un largo silencio y meditación que lo llevaron a enclaustrarse en el altillo de su hacienda. Salía en escasas ocasiones, durante la noche, a recorrer los campos acompañado de algunos perros. Meditaba a orillas del río y volvía al lugar que había elegido como su templo. Pasaron algunos años hasta que, encontrándose en profunda meditación y conversando con Dios, escuchó una voz que le dijo: “Ha llegado la hora de empezar tu misión, Dios te otorga el poder y tu espíritu se halla preparado. El Divino Maestro Jesús coloca en tus manos el fluido de la salud para todos los enfermos corporales y espirituales. El Espíritu que vive y reina en tu cuerpo ilumina tu mente porque Dios te ha elegido.”
A partir de aquel entonces Francisco abandonó su templo (lucia barba y cabellos blancos) para dedicarse a sus paisanos y, encontrándose un día en su estancia y hablando con uno de sus peones, notó que este buen hombre comenzó a retorcerse de dolor. De inmediato Sierra tomó agua de su aljibe y dio de beber al joven diciendo una oración. El joven se levantó luego de algunos minutos complemente sano y se dirigió a Francisco besándole las manos. A partir de allí la vida del Gaucho de Dios cambió por completo y miles de personas llegaban a su estancia en busca de sus curaciones y de su palabra sanadora.
A partir del año 1891, año en que desapareciera físicamente, los fieles se multiplicaron y dieron lugar a la devoción popular en la ciudad de Salto Argentino, sitio en donde descansan sus restos. Así todos los 21 de abril (nacimiento) y los 4 de diciembre (fecha en que muriera) la ciudad de Salto Argentino (provincia de Buenos Aires) llega a poblarse con miles de personas que llegan desde los distintos puntos del país.
Así nació y se fortifica la figura de Pancho Sierra: El resero del Infinito, El Doctor del Agua Fría. Padre espiritual de la venerada “Madre María”, quien fuese curada por sus manos y continuadora de su obra, cuya tumba – en el cementerio del Barrio de la Chacarita – es visitada diariamente por seguidores y promesantes. La vida – entre histórica, legendaria y mítica – de Francisco Sierra es el relato del destino de este Santo popular y hombre carismático respetado en la sociedad de aquel entonces, que refleja la sed del pueblo que busca mitigarse en sus santos populares, no solamente por el milagro de sanación, sino también en la identificación y la unión entre su gente.
Antonio LAS HERAS es autor de su biografía “PANCHO SIERRA, El Resero del Infinito”, editada por Grupo Argentinidad (2018) en la Colección Devociones Populares. Puede adquirirse en todas las librerías.